Jesús llamó a sus doce discípulos, les dio poder y autoridad para expulsar a todos los espíritus malignos y sanar enfermedades. Y los envió a proclamar el reino de Dios y a sanar a los enfermos. Los instruyó: "No tomen nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni monedas de plata; y ni siquiera una túnica de repuesto. En cualquier casa donde entren, permanezcan allí hasta que se vayan del lugar. Y dondequiera que no los reciban, al salir de la ciudad y sacudan el polvo de sus pies: será como un testimonio contra ellos." Partieron y atravesaron las aldeas, proclamando la buena noticia y sanando a la gente en todas partes. Lc.9:1-6
Hoy me asombro ante el poder de tu bondad,
que me cubre y me salva sin reparo,
sin condenarme, Tú arrancas mi maldad,
hasta depender solo de tu amparo.
Sencillamente, estoy pensando en voz alta, me sorprendo y me lleno de fascinación por la grandeza de Jesús como buen proveedor de lo que es estrictamente necesario para realizar la tarea que se les encomienda al hombre y a la mujer de hoy. Dice: “los llamó y les dio poder y autoridad”.
Específicamente Jesús habla del poder y la autoridad que sirven para sacar el mal del corazón del ser humano y para sanar de las enfermedades que por causa de la maldad se incrustan en organismo, hasta debilitarlo totalmente. Sólo en Jesús podemos gozar de dicho poder frente el mal y ante cualquier dolencia. Sólo en Jesús lo encontramos, porque Jesús es el verdadero Poder y la auténtica Autoridad ante el mal y la enfermedad.
Si decides hoy ser su discípulo atendiendo al llamado que Él te hace, entonces te vas a encontrar a ti mismo cada día envuelto en su poder y autoridad divinos, y así, sin darte cuenta, de ti brotará una fuerza que refleja la intensidad de Su presencia en ti.