Hubo una vez un grupo de personas de todas las edades, hombres y mujeres, que fueron sometidos a trabajos forzados, recibían como paga el alimento diario, sin derecho a recreación ni días libres, no tenían derecho a protestar, ni mucho menos quejarse. Pero entre ellos, de la misma estirpe, nació un hombre que fue cultivando y ensanchando su imaginación a través del dialogo constante con Dios en la oración, hasta el punto que llego a proponerle a todo este pueblo la posibilidad de soñar con algo distinto, una vida diferente, unas condiciones más humanas, una vida más participativa. Y ese sueño fue sonando en la mente y en el corazón de todos hasta que un día decidieron dar comienzo a la realización de ese sueño, que no estuvo exento de dificultades, pesimismos, nostalgias del pasado pensando que este fue mejor, muertes y toda clase de obstáculos. Fue entonces cuando cada uno de ellos comenzó a entender que la libertad estaba dormida en cada uno y que no habían hecho nada con ella, entonces comenzaron a pensar y a entender que aunque la libertad existiera en cada persona, tenían que pagar un precio por ella y que podían tomar decisiones ante todo lo que les estaba pasando y no solo eso, que debían tomar decisiones frecuentemente.
No es bajo el precio que se debe pagar por ser libre, es inmensurable la convicción exigida a la hora de enfrentar los obstáculos del diario caminar, comenzando por nuestra primera decisión de abandonar todo lo que nos esclaviza, pasando por los momentos duros en el camino de las carencias hasta lograr lo que hemos soñado.
En nuestro diario vivir enfrentamos toda clase de obstáculos y carencias que no se pueden comparar con la barrera que se suele formar en el interior de cada uno de nosotros cuando asumimos que toda la carga de la culpabilidad de lo malo que nos pasa viene de Dios, de nuestros líderes, o quizá de lo desconocido. Son los demás, es lo demás, es tal o cual cosa, solemos decir, y no nos percatamos que somos poseedores de una maravillosa capacidad para decidir cómo reaccionar ante cualquier suceso y que esto es lo que realmente está en nuestras manos: podemos elegir la manera cómo vamos a reaccionar frente a los diferentes acontecimientos.
Frente a las carencias tales como el alimento y el bienestar físico y emocional, los seres humanos siempre nos quejamos y nos lamentamos poniendo fuera de nosotros mismos toda la carga de la culpabilidad de lo negativo que nos sucede, es decir nos descartamos como posible alternativa de búsqueda de solución. En otros términos, nos calificamos como las víctimas y desconocemos la potencialidad de solución que se esconde en cada uno de nosotros.
Casi que repetimos las mismas escenas del pueblo de Israel atravesando el desierto: nos lamentamos contra Dios y contra quienes han estado más cerca de nuestro proceso de cambio. Nos desgastamos en la negatividad y en la lamentación y perdemos momentos maravillosos para fortalecer la imaginación creativa.
Podemos ser positivos porque no estamos solos, porque la vida no está exenta de carencias, porque la adversidad fortalece nuestra creatividad, porque Dios no se olvida nunca de nosotros y finalmente porque si crees en Jesús te salvarás.
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