"A un hombre le pueden robar todo, menos una cosa, la última de las libertades del ser humano, la elección de su propia actitud ante cualquier tipo de circunstancias, la elección del propio camino." (Frankl, 1946)
UNA HISTORIA EJEMPLARIZANTE Y PARADÓJICA
Esta es la
historia, tomada del libro Víctor
Frankl en el
Hombre en busca de sentido, que
hace el relato de la experiencia de un campo de concentración visto desde
adentro; quiere responder a
la pregunta ¿Cómo afectaba
el día a día a un prisionero en el campo de concentración? El autor relata en
este libro que todos los sucesos que se describen se llevaron a cabo en los
pequeños campos de concentración, adicionalmente dice que allí se vivió
realmente la experiencia del exterminio y no en los campos grandes y famosos como a menudo se suele afirmar.
EL ENCIERRO EN EL
CAMPO DE CONCENTRACIÓN
Empieza narrando lo que ocurría
cuando se hablaba de "traslados a otro campo", aunque todos sabían
que el destino era la cámara de gas: "No había tiempo para consideraciones
morales o éticas, ni tampoco el deseo de hacerlas. Un solo pensamiento animaba
a los prisioneros: mantenerse con vida para volver con la familia que los
esperaba en casa y salvar a sus amigos; por consiguiente, no dudaban ni un
momento en arreglar las cosas para que otro prisionero, otro "número"
ocupara su puesto en la expedición. Se empleaba la fuerza bruta, el robo, la
traición o lo que fuera con tal de salvarse. "Los que hemos vuelto de allí
gracias a multitud de casualidades fortuitas o milagros - como cada cual
prefiera llamarlos- lo sabemos bien: los mejores de nosotros no
regresaron." (Frankl, 1946)
El sistema el
encierro en el campo de concentración es el shock. 1500 personas habían estado
viajando varios días, en vagones de 80, solo con un respiradero, y creyendo que
les conducían a una fábrica de municiones en donde deberían trabajar, hasta que
alguien ve por el ventanuco una señal, Auschwitz. "Su solo nombre evocaba
todo lo que hay de horrible en el mundo: cámaras de gas, hornos crematorios,
matanzas indiscriminadas." (Frankl, 1946)
Por difícil que tal hecho pueda
parecer, los prisioneros se fueron acostumbrando al horror. La primera
selección - si te ponían en la fila de la izquierda o en la de la derecha-
significaba la muerte o los trabajos forzados, al menos la supervivencia. Era
un veredicto sobre la existencia o la no existencia. El 90 por ciento fue
ejecutado en las horas siguientes. Frankl pregunta por un amigo que había sido
destinado a la cola de la izquierda y alguien señala una nube de humo
ascendiendo. Eso era lo que quedaba de su amigo.
Los prisioneros eran obligados a
desnudarse totalmente, solo pueden conservar los zapatos. Frankl intenta
ocultar un manuscrito en el que se contiene la obra de toda su vida, pero es
inútil. Su única posesión es la existencia
desnuda. Cuenta las reacciones
que de algún modo son comunes: una extraña clase de humor, un tanto macabro y
la curiosidad, por ejemplo de saber cuánto podrían aguantar desnudos a la
intemperie, en un campo hollado, seguida de la sorpresa de verificar que
ninguno se había resfriado. Otras sorpresas le hacen confirmar la frase:
"El hombre es un ser que puede ser utilizado para cualquier cosa."
(Dostoievski, F)
La situación desesperante les hacía
pensar a la mayoría en "lanzarse contra la alambrada", el método de
suicidio más popular. Pero algunos pensaban que no tenía ningún objeto
suicidarse, ya que para todos los prisioneros las expectativas de vida
consideradas objetivamente y aplicando el cálculo de probabilidades eran muy
escasas. Pero en la primera fase del shock el prisionero de Auschwitz no temía
a la muerte.
LA VIDA EN EL
CAMPO DE CONCENTRACIÓN
La vida en el campo de
concentración se caracteriza por la apatía, una especie de muerte emocional. Al
llegar al campo se experimentaba una añoranza sin límites de la casa y la
familia, seguida de una repugnancia por toda la fealdad que les rodeaba, hielo,
fango, excrementos. Después los sentimientos quedaban embotados: "Asco,
piedad y horror eran emociones que nuestro espectador no podía sentir ya."
(Frankl, 1946)
La apatía, el adormecimiento de las
emociones y el sentimiento de que a uno ya nunca le importaría nada era el
necesario mecanismo de defensa frente al dolor, la injusticia, la crueldad y la
irracionalidad, frente a los golpes diarios, casi continuos. Dado el alto grado
de desnutrición que padecían, se comía una sola vez: un pequeño trozo de pan y
un agua de sopa, lo que era más flagrante teniendo que realizar trabajos durísimos,
el deseo de conseguir alimento era el instinto más primitivo. Eso explica que
el deseo sexual brillara por su ausencia, y, contra lo que el psicoanálisis
afirma ni siquiera se manifestaba en los sueños. Había una desvalorización de
todo lo que no redundaba en la conservación de la propia vida. Pero había
prisioneros que sentían una profunda inquietud religiosa, y que eran capaces de
improvisar un rincón en el barracón, o en un camión de ganado, para hacer
oración. A pesar del primitivismo que imperaba a la fuerza, en el campo era
posible desarrollar una vida espiritual. Las personas capaces de ello
resistieron mejor en el campo, al aislarse del entorno y retrotraerse a su vida
anterior, a su riqueza intelectual y su libertad espiritual. Cuando todo se ha
perdido queda el amor. El Dr. Frankl y otros prisioneros se aferraban a la
imagen de sus mujeres, o de un hijo, o de la persona que más amasen. por eso
puede decir: "La verdad
es que el amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el
hombre" y "La
salvación del hombre está en el amor y a través del amor", un amor
que va más allá de la maternidad del ser amado -Frankl ignoraba si su joven
mujer, de 23 años seguía viva o, como supo después había muerto-, pero llega a
decir: "El amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su
significado más profundo en su propio espíritu, en su yo íntimo." (Frankl,
1946)
Había vida interior en los
prisioneros, a veces muy intensa, que les hacía apreciar la belleza del arte o
de la naturaleza como nunca hasta entonces. "Si alguien hubiera visto
nuestros rostros cuando, en el viaje de Auschwitz a un campo de Baviera,
contemplamos las montañas de Salzburgo con sus cimas refulgentes al atardecer,
asomados a los ventanucos enrejados del vagón celular, nunca hubiera creído que
se trataba de los rostros de hombres sin esperanza de vivir ni de ser
libres." (Frankl, 1946)
En el campo también había cierto
sentido del humor, aunque fuera en su expresión más leve y solo durante unos
escasos mutuos. También en un campo de concentración es posible practicar el
arte de vivir, aunque el sufrimiento sea omnipresente. Al no haber placeres
positivos se agradecían mucho hasta los más ínfimos placeres negativos, que
alguien te ayudara a despiojarte, por ejemplo. Se añoraba de una manera muy
intensa la soledad, la imposible intimidad. Otro sentimiento muy frecuente en
el campo era la irritabilidad. Dado que el prisionero observaba a diario
escenas de golpes, su impulso hacia la violencia había aumentado: "A
veces, era preciso tomar decisiones precipitadas que, sin embargo, podían
significar la vida o la muerte. El prisionero hubiera preferido dejar que el
destino eligiera por él." (Frankl, 1946)
Pero esa capacidad de elección les
hacía sentirse libres, le concedían un atributo humano. La experiencia de la
vida en un campo demuestra que el hombre tiene capacidad de elección. "Los
que estuvimos en campos de concentración recordamos a los hombres que iban de
barracón en barracón consolando a los demás, dándoles el último trozo de pan
que les quedaba. Puede que fueran pocos en número, pero ofrecían pruebas
suficientes de que al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa la
última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal ante un
conjunto de circunstancias, para decidir su propio camino." (Frankl, 1946)
Aun en un campo de concentración
puede conservar su dignidad humana. Cita a Dostoievski: "Solo temo una
cosa: no ser digno de mis sufrimientos". Estas personas fueron dignas.
"Es esa libertad espiritual que no se nos puede arrebatar, lo que hace que
la vida tenga sentido y propósito."(Frankl, 1946)
El sufrimiento es un aspecto de la
vida que no puede erradicarse, como no pueden apartarse la muerte. Sin ella la
vida no sería completa. “Tiene algún sentido todo este sufrimiento, todas estas
muertes?" (Frankl, 1946). Era la pregunta que angustiaba a Frankl. El modo
en que el hombre acepta su destino y todo el sufrimiento que éste conlleva,
añade a su vida un sentido más profundo. Incluso bajo las circunstancias más
difíciles puede conservar su valor, su dignidad, su generosidad. O bien puede
olvidar su dignidad humana y convertirse en poco más que un animal. Muchas
veces es precisamente una situación externa excepcionalmente difícil la que da
al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo. El
prisionero que perdía la fe en el futuro estaba condenado, se abandonaba,
decaía y se convertía en sujeto del aniquilamiento físico y mental. Lo más
difícil es la pregunta por el sentido de la vida: "Tenemos que aprender
por nosotros mismos y después enseñar a los desesperados que en realidad no
importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de
nosotros" Frankl, 1946)
Otra pregunta que Víctor Frankl se
hace es sobre los guardas del campamento ¿Cómo es posible que hombres de carne
y hueso como los demás pudieran tratar a sus semejantes como los trataron?
Había algunos sádicos, en el sentido médico del término, y que eran
seleccionados precisamente por serlo, como lo eran los individuos más brutales
y egoístas, los que tenían más probabilidades de sobrevivir, era una selección
negativa. Pero además los sentimientos de la mayoría de los guardias se
hallaban embotados por años de métodos brutales. Se habían endurecido hasta
límites insospechados, aunque había algunos, por pocos que fueran, que sentían
lástima de los prisioneros. Cuenta el caso de un comandante de las SS que había
comprado medicinas para algunos prisioneros, gastando cantidades nada
despreciables en ello. El autor saca la siguiente consecuencia: "Hay dos
razas de hombres en el mundo y nada más que dos: "raza" de los
hombres decentes y la de los indecentes. Ambas se encuentran en todas partes y
en todas las capas sociales. Nosotros hemos tenido la oportunidad de conocer al
hombre quizá mejor que ninguna otra generación. ¿Qué es en realidad el hombre?
Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras
de gas, pero, asimismo es el ser que ha entrado en ellas con paso firme
musitando una oración." (Frankl, 1946)
DESPUÉS DE LA
LIBERACIÓN
En la psicología del prisionero que
ha sido liberado, Víctor Frankl relata
lo que sucedió la mañana en que, tras varios días de gran tensión, se izó la
bandera blanca a la entrada del campo. "Al estado de ansiedad anterior
siguió una relajación total. Pero se equivocaría quien pensase que nos volvimos
locos de alegría". Y nos cuenta como los prisioneros se arrastraron hasta
las puertas del campo diciéndose sin creérselo aún que eran libres. Vieron los
alrededores del campo, los prados cubiertos de flores, "pero no
despertaban en nosotros ningún sentimiento." (Frankl, 1946)
Víctor Frankl reproduce el estado
de ánimo general cuando por la noche, ya de vuelta a los barracones, un hombre
le preguntó a otro ¿estuviste hoy contento? A lo que el otro respondió
"para ser franco, no". Frankl lo explica diciendo que lo que les
ocurría a los prisioneros liberados era una "despersonalización”. Todo
parecía irreal, improbable, como un sueño, y temían que al despertar les
llegase la dura realidad. Narra como si un prisionero era preguntado por un
granjero de las cercanías podía pasar horas hablando. Él nos cuenta su
particular y conmovedor renacer, una tarde mientras paseaba: "No había
nada más que la tierra y el cielo, y el júbilo de las alondras, y la libertad
del espacio. Me detuve. Miré en derredor, después al cielo y finalmente caí de
rodillas. En aquel momento yo sabía muy poco de mí o del mundo, solo tenía en
la cabeza una frase, siempre la misma: "Desde mi estrecha prisión llamé a
mi Señor y él me contestó desde el espacio en libertad.". (Frankl, 1946)
Muchos de los prisioneros que
habían experimentado en carne propia la brutalidad solo querían reproducirla.
Solo muy lentamente se podía devolver a aquellos hombres a la verdad lisa y
llana de que nadie tenía derecho a obrar mal, ni aun aunque a él le hubieran
hecho daño. Aparte de cierta deformidad moral, otras dos experiencias mentales
podían dañar el carácter del prisionero liberado, la amargura y la desilusión
que sentía al volver a su antigua vida. Amargura ante la reacción tibia de los
otros ante su sufrimiento y terrible experiencia, y la desilusión hacia su
propio sino. "El hombre que durante años había creído alcanzar el límite
absoluto del sufrimiento se encontraba ahora con que el sufrimiento no tenía
límites y con que todavía podía sufrir más y más intensamente." (Frankl,
1946)
En el campo todos sabían que no
habría felicidad posible que les pudiera compensar de tanto sufrimiento pero:
"Tampoco estábamos preparados para la experiencia muy difícil de
sobrellevar. Pero también llegó el día en que la experiencia en el campo pudo
ser vivida como una pesadilla. La experiencia final para el hombre que vuelve a
su hogar es la maravillosa sensación de que, después de todo lo que ha sufrido,
ya no hay nada a lo que tenga que temer, excepto a su dios." (Frankl, 1946)
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